miércoles, 14 de agosto de 2013

De un testimonio de Carmen Silva

Carmen Silva 
1973
Martes

El martes, a las 2:30, recibimos la noticia del allanamiento a la industria Luchetti, ya que supuestamente existía una denuncia sobre armas y rehenes. Efectivamente, al rato llegaron dos buses de militares, pero no entraron. Permanecieron afuera, pues venían a vigilar la salida de todos aquellos que quisieran hacerlo antes del toque de queda." Sin embargo, de paso, preguntaron por el nombre del interventor, de los dirigentes sindicales, etc.

Aprovechando la salida de varios empleados que andaban en vehículos, a un grupo se nos dio la orden de trasladarnos a una industria cercana, más pequeña, Tisol.
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Durante todo el día martes escuchamos un intenso tiroteo. Un compañero que vivía frente a la escuela de telecomunicaciones, nos informó que ahí dentro había una batalla campal y que sacaban los cadáveres en camiones. Tuvimos la misma información del sector Macul.
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Ahora, cuando podemos ver con más claridad y mayor información, la tarde del martes y la del miércoles fueron de absoluto desconcierto. Se organizaron guardias para la noche; dos atendíamos el teléfono, unos treinta dormían en una oficina pequeña al lado y, en otra, otros treinta. En esos días estuvo con nosotros, permanentemente, un estudiante venezolano.

Miércoles

Las informaciones de la mañana eran alarmantes; fusilamientos en Comandari, Sumar, el Partido Socialista usado como paredón e incendiado. Los bandos militares llamaban a entregarse a extranjeros, dirigentes políticos y personeros de gobierno. (Debe recordarse que desde el martes a las 15:00 regía el toque de queda: nadie podía moverse de donde estaba ...). Nuestros informantes iban cayendo, sus teléfonos ya no respondían, estábamos prácticamente aislados.

Mientras esperábamos, sentíamos las ráfagas de ametralladoras muy cerca, a unos cien metros. Al mirar hacia la calle, vimos a un hombre joven con una sábana blanca en una mano, arrastrando a una mujer que sangraba profusamente, detrás de ellos corrían llorando despavoridos un par de niños de dos o tres años.
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Desde este momento en adelante el testimonio puede resultar confuso y la secuencia inexacta, pues todo se precipitó vertiginosamente.

Venían unas sesenta personas, entre pobladores, mujeres y niños, gritando por la calle; eran de una población. Abrimos las puertas y les dimos refugio. Simultáneamente el ruido de las balas aumentó: era una verdadera guerra. Calculamos que ésto sucedía más e menos a una  cuadra, en la industria desde donde yo había salido el día anterior. En medio de la agitación llamamos para informarnos.

 "Están aquí, al frente. Son boinas negras y carabineros en tanquetas, deben ser unos quinientos. No se entiende lo que está pasando, pareciera que están peleando entre ellos, pero puede ser una trampa. Tienen armas pesadas; bazookas, morteros.'' Nos cortaron la comunicación.
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El tiroteo aumentaba, aparecieron helicópteros, Hawker Hunters, ametrallando en descensos rasantes. Luego, un largo y enervante silencio, sólo quebrado por ráfagas secas. Después de ésta tregua momentánea, se inició exactamente lo mismo en otra industria cercana. La primera del sector ya estaba en silencio; veíamos sus torres destrozadas, inútilmente, porque ahí no habían armas y, menos aún, para enfrentar "Hawker Hunters” helicópteros, batallones de fuerzas especiales etc. Los oíamos acercarse. En la segunda industria fue más breve, pero el mismo rito: insultos, golpes, ruidos. No recuerdo bien el tiempo; ya no se medía en los términos usuales, segundos, minutos, horas.

Recuerdo cuando llegaron a nuestra calle, a la industria del frente. Yo continuaba en la oficina, de pronto escuchamos una enorme explosión; se quebraron los vidrios. Un morterazo hizo volar una torre. Los bombarderos comenzaron a sobrevolarnos. El techo de la fábrica era de vidrio, me di cuenta que los remolinos de polvo eran balas. Estábamos tendidos contra una pared de ladrillos que separaba la planta de las oficinas.

Todos estábamos extraordinariamente tranquilos y silenciosos, …

Como despertándonos de un sueño forzado, les escuchamos entrar al casino. La pesadilla se hizo realidad, las brutalidades sin límites, sobrepasando toda imaginación. ‑“ Asesinos, huevones, perros, delincuentes, rotos de mierda, así es que se creían con derecho a tomarse las industrias, los terrenos ... ¡se les acabó el recreo!” En medio de estos gritos, llantos de niños y mujeres, de golpes de todo tipo, se abrió la pequeña puerta y entraron.

Yo iba tranquila, como anestesiada. La verdad es que algún mecanismo interno de esquizofrenia latente le permite a uno desdoblarse. No estoy aquí, ésto no está pasando, paciencia ya despertaremos. Y fuimos saliendo.

Unos pasos más adelante iba el joven estudiante venezolano. Al salir, vi a los pobladores formando parte del terreno, les golpeaban como a sacos, los hacían revolcarse; la sangre se confundía con la tierra. Las mujeres no sollozaban, ni gritaban, lloraban en silencio.  Eran sus hijos, sus maridos. Me acuerdo de una mujer que fue extraordinariamente valiente al gritar: "No, delante de los niños, no."

Mirando hacia la derecha, un boina negra, orgulloso, exhibía su trofeo: el joven estudiante venezolano, cogido del pelo y con sus manos en la nuca. (Por jóvenes como ése, estamos esforzándonos en forjarnos de hierro.)

Nos sacaron trotando a la calle. Llovían los insultos, golpes y culatazos. Estaban excitados, daban la impresión de drogados, borrachos de violencia y miedo.
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En uno de los recorridos de la fila arengándonos, un soldado nos hizo poner de pie a mí y a otra mujer junto a la reja. Fue una situación extraña, una suerte de consideración machista. Paradojalmente, al escapar de los golpes y culatazos, el castigo fue mayor, pues presenciamos con detalle las torturas.
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A la entrada, en la caseta, estaban el portero, el interventor y el estudiante venezolano. Les pegaban sin cesar.
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No creo que pueda describir la brutalidad, los golpes hacían que perdieran el equilibrio, y se les golpeaba más duro en el suelo. Recuerdo a un compañero que al sentir un alarido, levantó la cabeza del suelo, un militar se la aplastó con su bototo, su rostro quedó convertido en una masa sanguinolenta.

Arriba del edificio había un lienzo que decía: "Esta industria está en manos de los  trabajadores: un año en el área social". Trajeron a dos jóvenes, muy pobres y flacos .y señalando un listón de madera, largo, no más  ancho que una mano, les ordenaron:  "¡Ya mierdas, tienen tres minutos para poner el listón contra la pared, subirse y sacar ese trapo asqueroso!''
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No entendí cómo se equilibraban. El de más abajo se sujetaba con los pies descalzos, enrollados en el palo, la espalda curvada por el esfuerzo, los brazos como alambre tenso sujetando al compañero. Este, como un pájaro, agarró con las dos manos el lienzo enorme, lo desprendió de un tir6n, perdió el equilibrio y cayó azotándose contra el cemento, como bolsa de agua. Quedó inmóvil, verde, un hilo de sangre saliendo por las comisuras, y borbotones por la nariz.

El militar lo pateó. ‑ "Llévense a este perro mugriento". Se produjo un silencio, que minutos más tarde lo interrumpió una voz vibrante: "Compañeras, Cristo murió en la cruz por defender a los pobres como nosotros, recemos para que no sigan maltratando a nuestros compañeros, por la vida de nuestros compañeros!" "Padre nuestro que estás en los cielos...", entre gritos y llantos se escuchaba la plegaria, como trasfondo invisible del infierno de afuera, ya escalofriante.

Adentro en la industria todo era destrozo. El oficial a cargo, boina negra, alto y rubio, puso atención en mí.
‑"Tus documentos" …Me empezó a interrogar, sin tocarme.  Le dije que era asistente social de ese sector. En ese momento me salvó el haber nacido en la burguesía y el saber emplear un tono insolente y de barrio alto. En realidad, protesté en voz alta, escandalizada por todo lo que estaba sucediendo, buscando el modo de alentar a los compañeros. Me di cuenta que ese tono y forma de proceder lo desconcertaba, porque yo lo tuteaba, le desobedecía cuando me hacía poner las manos detrás de la cabeza y alegando que estaba cansada, metía las manos en los bolsillos. Fue una vergonzosa cuestión de clase, lo que le impidió maltratarme, pues transpiraba y palidecía de deseos de hacerlo.

Trajeron al estudiante venezolano, siempre en silencio y manteniendo una sonrisa dulce e irónica. Venía sangrando con las manos amarradas en la espalda, semidesnudo, casi inconsciente. Lo traían arrastrando de los cabellos. Nuevamente lo levantaron como un trofeo.

"Este venezolano dice que todos ustedes le conocen, a ver, vamos a interrogarlos uno por uno ¿quién conoce a éste extranjero asesino?''

Fue la humillación definitiva.

Un boina negra, ya sea de un culatazo o de una patada, levantaba las cabezas de los compañeros. Todos negaban, creo que fue el único momento en que me corrieron las lágrimas.

El rubio me preguntó si lo conocía. Le contesté que sabía que era un becado venezolano y le pregunté si le habían encontrado armas que lo torturaban en esa forma. Me contestó que "ese perro había dado muerte a un carabinero". Le aseguré que no se había movido de nuestro lado. Otro boina negra me mostró una mano herida y me dijo que se la había hecho un joven igual al venezolano con un cuchillo amarrado a un palo.

Un boina sacó un alambre eléctrico forrado, de una bolsa de cuero que llevaba en la cintura, y empezó lentamente a pelarle las dos puntas y a hacer una especie de enrollado en ellas.

El rubio me preguntaba ‑" ¿Así es que no le gusta lo que está viendo?''

Se llevaron al muchacho a la oficina. Por el ventanal pude ver cuando le bajaron los pantalones y aplicaron electricidad en los testículos. Le hacían recuperar el conocimiento tirándole agua.
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Pasó un boina negra y me dijo: "Cuando te dé la orden, sígueme" Levanté los hombros indiferente. Miré hacia abajo sorprendida; había dos pozos de agua, uno a cada lado de mi cuerpo: era el sudor que corría por las manos al suelo.

Volvió a pasar: "Tenme confianza".

Mucho rato después, me puso la metralleta en la espalda y me gritó: "corriendo, las manos detrás de la nuca, se acabó la huevada''

Mi enemigo, el boina alto y rubio, a pesar de estar ocupado en todo tipo de violencias y provocaciones, se dio vuelta a preguntar: "¿Dónde la llevas ?"

"Donde las mujeres''

El amigo inesperado me dijo: "Corre, no contestes más, entiende de una vez lo que quiere". Y nos fuimos al casino donde estaban las mujeres.

En el casino, el boina negra nos informó que nos llevarían a la avenida Vicuña Mackenna, donde ya habían unas cinco mil personas, y que nos dividirían en grupos, los interventores y dirigentes sindicales, al regimiento Tacna; los sospechosos de activismo político, al estadio Chile, y el resto, al estadio Nacional. Los extranjeros ...

Estaba oscuro. Un soldado que entró a tomar agua nos dijo que afuera estaban formando a todos en filas de a tres. Nos sacaron. Adelante, encabezando la columna iban el interventor y el estudiante venezolano (lo poco que de él quedaba) siempre con las manos amarradas. Al llegar a la avenida Vicuña Mackenna, el oficial conque yo me había enfrentado le desató las manos y nos ordenó levantar la cabeza para observar lo que les ocurriría a los extranjeros que venían al país "a matar chilenos".

“¡Corre, huevón!” El muchacho, sin poder tenerse en pie, tropezó con el carabinero que tenía la orden de dispararle ... Cayó, muerto, de un disparo en la nuca, contra los muros de la industria IRT.

Le dije bajito: "me alegro de una cosa, no dormirás tranquilo ni una sola noche del resto de tu vida !! Así sea". El carabinero que disparó soltó el arma y comenzó a aullar como demente.

(Creo que el muchacho ya no sentía nada, mejor dicho ésa era nuestra esperanza.)

Enrique Maza, 23 años, estudiante de ingeniería, venezolano.

jueves

Al levantarse el toque de queda, salimos cuatro o cinco mujeres. En el camino vimos heridos y moribundos detrás de algunos muros. Los que podían hablar, nos decían que siguiéramos, que no nos acercáramos.
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Mi casa fue allanada 12 veces. Los amigos ... presos, asesinados, fusilados. En las listas reconozco los nombres: Fernández, de ELECMETAL, Clement, de Loncoleche,....

Pienso y he comprobado que miles, como yo, nos consideramos sobrevivientes, y como tales, ya no nos debemos a nosotros mismos.

ENRIQUE ANTONIO MAZA CARVAJAL


Enrique Antonio, "Pellizco", tenía 23 años de edad, soltero, Venezolano, estudiante de Ingeniería en la Universidad de Chile. Simpatizante del Partido Socialista. Fue ejecutado el 12‑09‑73.

Su cadáver fue encontrado en la vía pública y remitido por Carabineros al Instituto Médico Legal. El informe de autopsia expresa que la causa de la muerte es una "herida de bala cérvico raquídeo‑medular". Sus restos fueran repatriados a Venezuela.

Por testimonio de un militante socialista, se conoce que "Pellizco" se encontraba en la Industria Tisol, ubicada en Vicuña Mackenna, cerca de Luchetti. En la empresa permanecieron un grupo de obreros acompañados por militantes socialistas universitarios. Este grupo permaneció desde el 11 de septiembre hasta el mediodía del 12, momento en que la industria fue ocupada por boinas negras del ejército los que procedieron a detener unas 50 personas.

Pellizco fue separado del resto y llevado hasta una caseta situada a la entrada de la industria. Al parecer se le aplicó electricidad, dado los gritos desgarradores que se escucharon. A las 4 de la tarde, todos los detenidos varones fueron trasladados a Vicuña Mackenna y entregados a carabineros. Las mujeres permanecieron detenidas en la industria, entre ellas Carmen Silva y Jimena Mora.

Pellizco fue también entregado a carabineros. Lo acusaban de ser cubano. Estaba visiblemente golpeado y con las manos amarradas a la espalda.  Permaneció de pie junto a un vehículo policial, luego le ordenaron "corre". El se negó "no, me van a matar".  Le ordenan nuevamente que corra y se escuchó un disparo y é1 cae al suelo. Aún a las 6 de la tarde, cuando subían a los prisioneros a los buses de Carabineros para ser trasladados al Estadio Chile, el cuerpo de Pellizco permanecía en el mismo lugar.


Al cumplirse el día 12 de septiembre de 1998, 25 años  de la muerte de Enrique Maza Carvajal, venezolano, estudiante de Ingeniería Eléctrica de la Universidad de Chile, se realizó un Acto en su memoria, organizado por el Centro de Estudiantes de Ingeniería Facultad de Ciencias Física y Matemáticas, Universidad de Chile y la Fundación MEMORIA Y FUTURO

En esa oportunidad se incorporó su nombre a la Placa Recordatoria ya existente en el Hall Sur del Edificio Central,  Avda Beaucheff Nº850. 





 Fundación Memoria y Futuro (e.f)

La Fundación Memoria y Futuro surgió como una iniciativa de un grupo de compañeros socialistas en el año 1994. Su objetivo es rescatar la memoria histórica y el ejemplo de nuestros mártires, de la izquierda chilena y latinoamericana, e impulsar acciones tendientes a apoyar el logro de verdad y justicia, recopilar información y conseguir darles sus nombres a plazas y calles, entre otras iniciativas.

Queremos que no se pierda la memoria de seres humanos que merecen ser recordados. Y también queremos que las experiencias de sus vidas nos sirvan para la construcción de un futuro mejor que lo que hemos tenido que vivir, un futuro más cercano al que ellos querían para sus pueblos. Por eso  nuestro nombre: “Memoria y Futuro”.

En torno a estos objetivos se han motivado y participan muchas personas. Hay militantes de Partidos, hay independientes, incluso jóvenes escépticos frente a la política de hoy, en fin. Y hay muchos más que colaboran de distintas maneras.

Hemos realizado actos en memoria de compañeros, contamos con  un espacio físico  y gente siempre dispuesta a apoyar de distinta forma el cumplimiento exitoso de los objetivos que en cada oportunidad definimos.  Trabajamos por darnos mayor organización y legalizar la Fundación.

Marisol Bravo, Gabriela Miranda, Enrique Norambuena, Alberto Zerega, Mónica Allende, Camila Muñoz, Francisca Muñoz, Anita Lagos, Aníbal Sepúlveda, Amanda González, Carme Silva , Edith Vargas y muchos más.



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