Dr. Ennio Vivaldi,
Junio 2013
Carlos Lorca T. y Tati Allende |
Recuerdo
a Carlos Lorca como un hombre de inteligencia, sensibilidad y compromiso excepcionales.
Compartimos conversaciones, discursos, elecciones, en ese enorme pasillo frío e
inhóspito al que se entraba por calle Profesor Zañartu y que a la vez doblaba
como un pasillo íntimo, cálido y acogedor, porque, sin que en ese tiempo
pudiéramos valorarlo cabalmente, pero quizás también sin que necesitáramos
tomar conciencia de ello para absorberlo, era la provisoria sede de la Facultad
de Medicina de la Universidad de Chile. Como nosotros, algún día Salvador
Allende, Eduardo Cruz-Coke o Hernán Alessandri habrían compartido
conversaciones, discursos, elecciones en equivalente pasillos. Heredábamos, sin
saberlo mucho, la historia de la medicina, de la investigación científica y de
la salud pública chilenas. Heredábamos
los orígenes del sistema público de salud. Si en nuestro Museo de la Medicina
uno mira, para aproximarse a esa herencia, fotografías de esos años
fundacionales para el derecho a la salud en Chile, se encuentra, entre los
pacientes en las salas de espera de algún consultorio, con la mirada elocuente
de esos obreros que se vestían de corbata para ir ver al Doctor, o con la
mirada aliviada de la madre con su niño en brazos. Sin saberlo mucho,
heredábamos una historia de civilización y progreso. La medicina, más que curar
enfermedades, parecía otorgar una dignidad largamente debida.
En ese
pasillo debatimos la Reforma Universitaria, de la que Carlos sería un pensador y
dirigente preclaro. Allí estaban el Centro de Estudiante del cual Carlos sería
Presidente y el Casino de la Laurita donde podía encontrársele conversando con
Jorge Klein. Las paredes sostenían capas de carteles y afiches. La
cotidianeidad era generosa, amable. Los sentimientos solidarios primaban por
lejos sobre los de rivalidad y los compañeros eran más amigos que competidores.
Nadie tenía tarjetas de crédito. La educación era gratis, pero eso no obstaba
que nos sintiéramos endeudados, una deuda imprecisable, ambigua, vaga con Chile
y su pueblo. Incluso, era frecuente que quienes emigraban después de recibidos
buscaran formas de retribuir de algún modo la muy buena educación médica
recibida.
Ministro Suárez, Diputada G.Marín y Diputado C. Lorca. |
En muchos
sentidos el proyecto de la Unidad Popular, como ya entonces se dijo, era tan
profundizador como era rupturista. Nosotros no constituíamos una juventud que,
por ejemplo, criada en una dictadura anhelara una libertad desconocida. Más
bien nuestras condiciones de existencia consistían en la experiencia de
educación gratuita, de elecciones y democracia cotidiana y ubicua, de aprender
lo que era la patria compartiendo hijos de ferroviarios, comerciantes,
profesores, campesinos, médicos, industriales, en una misma aula en que nos
cobijaba el sistema de educación pública. Después vendrían otras experiencias
concretas que, como el trabajo voluntario, nos resultarían naturales.
Si bien
insistíamos en la racionalidad de herramientas teóricas que afirmábamos nos
guiaban en nuestro accionar político y en el diseño de la sociedad futura, en
realidad me parece en retrospectiva que eran más bien las emociones y los
sentimientos los que subyacían a nuestro compromiso. La pobreza, los estragos
del invierno en poblaciones de precariedad extrema, las tomas de terrenos que
daba origen a esas poblaciones frágiles. Las huelgas, las marchas, (recuerdo la
impresión de niño de ver a los obreros del carbón con sus familias entrando a
Concepción tras marchar más de treinta kilómetros), todo eso hacía que
estuviéramos expuestos, uso el término casi en sentido epidemiológico, a las
ideologías que impulsaban los cambios sociales. Era casi inevitable rechazar el
egoísmo, la mezquindad y abrazar causas igualitarias.
La
sociedad y sus conflictos se escurrían por todas partes hacia el interior de la
universidad, pero, como siempre, éramos los estudiantes de entonces su mejor
vehículo. El anhelo natural del estudiantado de vincular su lucha generacional
al devenir de la sociedad toda, para nosotros se cumplía con excesiva
espontaneidad. Los grandes proyectos que se delineaban para el país ordenaban y
organizaban al movimiento estudiantil. (Paréntesis: de las cosas a las que más
me ha costado adaptarme en los años post-retorno de la democracia, es a la
falta de resonancia entre los estudiantes de los proyectos nacionales de la política real).
Los
integrantes de esa generación a las cual pertenecían quienes hoy reciben
nuestro homenaje vivíamos una sensación de umbral: intuíamos y anticipábamos un
mundo tan diferente que ya queríamos comportarnos distinto. Era una alegría
incomparable, única, que a pocas generaciones les está reservado conocer.
El
ascendiente moral de Carlos sobre sus compañeros de militancia, pero también
sobre los dirigentes y militantes de otros grupos políticos, era verdaderamente
excepcional. Después, en muy corto tiempo, habría de ocurrir el paso de Carlos
desde los pasillos de la Facultad de Medicina a dirigente político principal
desenvolviéndose en desprovista clandestinidad bajo una dictadura de crueldad
inimaginable. No sé si podremos entender, ni siquiera si entender es la palabra,
cómo en el mismo suelo patrio que recién evocaba, había de ocurrir la
detención, el sometimiento a una tortura extrema, la desaparición de Carlos
Lorca. Es muy posible que Carlos y quienes como él se autoimpusieron
compromisos y responsabilidades en contextos extraordinariamente peligrosos, habían
aceptado ese fin como posible, si es que no, inevitable.
No sé
siquiera cuánto, mentes tan lúcidas como las de ellos, podían anticipar lo que
habría de ocurrir; cuán lógicamente deducibles les podría haber parecido que
para aplastar los grandes ideales de toda una generación habría de aplicar
proporcionalmente los más brutales y primitivos sistemas represivos.
El asumir
que Carlos Lorca y sus compañeros fueron torturados y hechos desaparecer nos
impone reflexionar sobre una presencia y sobre una ausencia. Es a esa dualidad a
la que quiero referirme.
Están
presentes en el sentido más emocionalmente espontáneo de que ellos permanecen
en la conciencia de muchos coetáneos que los conocieron y de que su recuerdo es
transmitido a quienes en el futuro los tomarán de ejemplo. Neruda empieza su
"Canto a las madres de los milicianos muertos" diciéndoles "¡No han
muerto!". Estarán presentes en las luchas de quienes compartirán sus
mismos ideales. Pero también están presentes, quizás habría que decir, sobre
todo están presentes, en la cotidianeidad de esos años horrorosos de la
dictadura, durante los cuales, tantos, a conciencia o sin proponérselo, dieron
las mayores muestras de lealtad y adhesión a los valores y principios por los
que había caído Carlos.
Pienso en quienes sin titubear corrieron los mayores
riesgos para ayudar a sus compañeros. Pero pienso también en quienes
simplemente permanecieron, sin contar muchas veces con los medios más
elementales, por una convicción de vida de pertenencia al sistema público,
leales a sus niños como profesores en alguna escuela pública o como médicos
pediatras en algún consultorio, o a los académicos de las universidades
estatales. Es a ellos que debemos la no desaparición de nuestro patrimonio social
en educación y salud. Es este un triunfo cotidiano de humanidad ante el
esfuerzo feroz de los ideólogos de la dictadura por imponer un individualismo
extremo, ante el discurso sobre el chileno cambiado que ya no esperaba nada del
colectivo sino sólo confiaba cada uno en sí mismo como agente privado. Ese amargo
discurso, con su paradoja sin disfraz, volvería tantas veces a nuestras mentes.
Por ejemplo, en mi caso, al contemplar atónito las escenas de pillaje tras el
terremoto de 2010, mientras recordaba la ayuda solidaria desplegada en el de
1960.
Carlos Lorca T. Uldario Figueroa. |
Más
difícil de entender es la presencia de Carlos en lo que habría de suceder en
Chile tras el retorno a la democracia. Porque aquí, pienso, la sombra de las
torturas y las desapariciones instalan un contexto que se hace tan ineludible
en su presencia como enigmático en su interpretación. La tortura de los
regímenes dictatoriales, además de extraer información para desarticular las
organizaciones de resistencia, pretende estabilizar un gobierno sometiendo bajo
el terror a la población. Han sido tema de análisis los procesos psicológicos
que logran llegar a conformar un torturador y la dualidad moral entre el
torturador y quien genera las condiciones para que exista la tortura, es decir,
el responsable y aval moral del torturador. Sin embargo, en el caso de nuestra
historia propia y reciente, la tortura tiene profundos y persistentes efectos
políticos. La tortura, en la medida que niega totalmente a un individuo su condición
de tal, es incompatible con cualquier futura instauración liberal, lo que, en
el caso específico de Chile significaba dejar fuera de juego a quienes querían
proponer una sucesión política de corte liberal tras la dictadura y justificaba
la mantención de restricciones políticas después de la dictadura para no dar
paso a represalias. Cómo un liberal podría hablar del derecho natural inmanente
al individuo si se practica la desaparición de cuerpos, si se impide el culto a
los muertos que ya es algo inherente la condición humana. Pero, me permito
sugerir, la tortura practicada sobre Carlos y tantos otros, en un cierto
sentido influye también en el modo cómo se perfilan los opositores políticos a
la dictadura tras el retorno a la democracia. Porque si bien era necesario
hacer concesiones para que fuera posible la vuelta al juego político, es
demasiado difícil que una de ellas sea eludir el juicio moral a una dictadura como
la que tuvo Chile sin que eso conlleve una carga desestructurante para la
propia identidad y legado. Quizás toda esa tortura y desaparición nunca
enjuiciada, nunca asumida, nunca interpelada, contribuya a explicar la
sorprendente desafectación de los jóvenes por la política convencional que
hemos presenciado en estas dos décadas, así como la fuerza con que irrumpe la
legitimación ética de los movimientos estudiantiles que hoy día vivimos.
Pero está
la presencia de Carlos y está también la ausencia de Carlos. Las presencias
imponen sus condiciones, las ausencias han de ser asumidas por otros. La
ausencia de Carlos es el reclamo de que querríamos que estuviera vivo, aquí con
nosotros. Es una ausencia que nos conmociona y que nos ha de seguir
conmocionando. Una ausencia que nos deja desolados y desconsolados. Es una
pérdida que sobrepasa nuestra comprensión. Si intentáramos encontrar sentido, conscientes
del absurdo abismal de la muerte de tanto joven excepcionalmente valioso producto
la iniquidad desplegada por un poder absoluto, quizás hemos de pensar primero
en proteger a nuestros jóvenes de hoy y de mañana. Hemos de pensar cómo hacer
para que no sea posible que un grupo social, político o económico juegue el
juego de la democracia mientras los resultados les resulten favorables, pero no
trepide en dejar de jugarlo e inste a un golpe de estado apenas comienza a
perder. Cómo hacer para que nuestra patria en el futuro permita a nuestros
mejores jóvenes que, como Carlos Lorca en esa hora señalada de nuestra historia
reciente, quieran poner su inteligencia y voluntad al servicio de la causa de
los más desposeídos, encuentren los cauces para hacerlo. Que no sea posible que
desde el propio Estado chileno se les persiga, se les acalle, se les dé muerte.
Dr. Ennio Vivaldi, Vice Decano de Facultad de Medicina, Universidad de Chile |
En el
incipiente debate actual, si nos preguntan cuál debe ser el principal objetivo
de un nuevo sistema educacional, quizás nuestra respuesta, sin un ápice de
ironía, debiera ser que un nuevo sistema educacional debe tener como principal
objetivo que nunca más sea posible un golpe de estado en Chile, que tengamos
una ciudadanía tan sólida en sus convicciones de respeto a lo humano en sus múltiples
expresiones, que haga imposible la existencia de explotadores, de torturadores,
de dictadores. Que en esos jóvenes sanos, inteligentes, sensibles, generosos,
del futuro pueda tener miles de nuevas oportunidades de seguir viviendo,
nuestro querido Carlos Lorca.
No sabia de este señor hasta hace poco, bien por su nota de C.Lorca y análisis de la forma de hacer política actual, que aleja a los jóvenes y a otros, tanto por el olvido premeditado de juzgar la historia recién pasada en la oportunidad vigente, como en la forma y fondo de ejecutar el ejercicio de la acción política con un carácter inmutativo propio del siglo pasado, lo que se contradice con el actual devenir de intereses,deseos de cambio, que se expresa en la abstención electoral y la forma de cooptar a cuadros sociales, los cuales son manipulados por este duopolio, lo que genera rechazo a todo lo que sea institucional, es así como los déficit del pasado, de no hacer justicia oportuna se complementan con el engaño de un programa político virtual, que no sera posible de materializar en los próximos cuatro años, según la presidenta.Concuerdo con una solida ciudadanía que no permita mas actos atroces, como los ocurridos durante todo el siglo veinte en Chile,y para ello se hace necesario un protagonismo activo, auto impuesto por una causa noble, como lo menciona el doctor. Saludos y cariños a todos.
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