miércoles, 17 de abril de 2013

Estacionamiento de ternura en los ojos.


Jaime Suárez Bastidas 
1992




Tati tenía un estacionamiento de ternura en los ojos. Una sonrisa transparente le iluminaba, como un chispazo alegre, su expresión habitualmente severa.

Analista fría, fogueada en la actividad partidaria de la vida universitaria de Concepción, había adquirido particular consistencia estudiando –con rigor- materialismo dialéctico. Intelectual, aparentemente tímida, tenía fortaleza y decisión. De carácter, autocrítica y exigente, sabía se afable, vigorosa en los razonamientos y obstinada en los propósitos y en los afectos.

Una empatía extraordinaria relacionaba a Tati con su padre. De la adolescente que admiraba a ese hombre cálido y bromista en la intimidad, a ese papá que sin dudas, la privilegiaba entre sus hijas. Tati va asumiendo, en su proceso de ideologización una ambivalencia de cariño profundo y crítica resuelta. En un respeto, sin discusión, al político que era el “Chicho”, afectada por la Revolución Cubana, se sentía atrapada por la duda de que Salvador Allende llegara a ser un revolucionario pleno. ¿Por qué? Porque cuestionaba los procedimientos políticos que se expresaban en un electoralismo inútil, estéril

Tati es una figura representativa de esa década del sesenta. Expresaba su realismo en la búsqueda de lo imposible. Su modestia la hace aparecer siempre en una forma de actividad silenciosa, discreta, ajena a la figuración, contraria a todo exhibicionismo. De manera eficiente entrega su aporte sin medida a los movimientos revolucionarios de América Latina.

El 22 de enero la UP proclama candidato a Salvador Allende. Tati le deja esa noche, en el velador, una carta plena de cariño pero de un definido tono crítico. En ella le fundamenta su gran escepticismo respecto a la vía chilena al socialismo y sin dudar de la consecuencia de su padre, reitera su convencimiento de que la construcción de la sociedad socialista en Chile, necesariamente va a requerir de la lucha armada. Tati está más próxima la interpretación que los revolucionarios cubanos hacían de la situación chilena: el diagnóstico formulado por la UP estaba errado, era inviable un proyecto político de construcción del socialismo por la vía pacífica.

Esa convicción de Tati no la abandonó jamás. Sin embargo, ello no afectó la entrega absoluta a los trabajos del gobierno al lado del presidente.

De diferentes escenas vividas, en diferentes tiempos, recupero algunos momentos o rasgos de Tati.

Debí viajar a Cuba. Allende inmediatamente proclamado candidato por la UP, fue invitado a la isla porque querían conocer, de él mismo, lo que significaba su candidatura. Como los trabajos iniciales de la campaña no le permitían hacerlo le propuso a Aniceto que fuese yo, Con mi nombre, evitaba susceptibilidades partidarias por ser yo, en ese instante, subsecretario del partido y a él le era posible integrar con José Tohá el resto de la delegación.

Tati me “preparó” para el viaje. Era mi primera tarea política internacional de tan alto nivel. Ella, con seguridad y paciencia, me enseño innumerables aspectos de la vida política cubana. Por otra parte, en esa misión, aprendí a admirar la calidad humana de Tohá, porque en la gira, pese a su mayor experiencia y a ser un político mucho más avezado, nunca dejó de atribuirme una jefatura formal y de cuidar, particularmente, que ese aspecto fuese percibido así. No había territorio para pequeñeces en el alma de Tohá.

Más adelante, cuando hacía muy poco tiempo que estábamos en el gobierno, debí recurrir a Tati. Mientras Allende se encontraba en altamar, invitado por la Armada para presenciar unos ejercicios, se produjo un lamentable incidente entre jóvenes comunistas y miristas en Concepción. El episodio del enfrentamiento significó la muerte de Arnaldo Ríos y la generación de un clima que presagiaba poco menos que una posible batalla campal entre ambos sectores, ubicados en sus respectivas sedes.

En esas circunstancias, la única forma de comunicarme con Miguel Enríquez para cumplir las instrucciones de Allende –conforme una tensa entrevista radial que sostuvimos, él desde un crucero y yo en la sala de radio de Quinta Normal- fue solicitarle a Tati su colaboración. Esa noche nos reunimos en casa de un amigo mío, Enríquez, Jorge Inzunza, Tati y yo. Fue una reunión dramática. Tati otorgó a tan difícil sesión una sensación de control, de vigor, que ayudó a que arribara la madrugada y saliera luz en un debate que impidió que la sangre llegara al río.

La última entrevista que tuve con Tati fue en el exilio. Vivíamos en Moscú cuando ella pasó por allá con destino a una actividad internacional. Gentilmente declinó alojarse en el hotel soviético y optó por irse a nuestro departamento. La escuchamos con mi mujer horas, empequeñecidas por su testimonio apasionante de lo que sucedió en Chile, en Cuba, donde ella vivía y en cada rincón donde en ese momento había chilenos luchando por la democracia.

Tati narraba con extraordinaria pasión. Noticias, eventos, expresiones de apoyo, entrevistas con personeros de gobiernos, artistas, científicos, en fin, entregaba una viva relación de todo lo que estaba ocurriendo en el mundo respecto a Chile. No se le escapaban nombres, siglas, fechas, su vida estaba absoluta y obsesivamente dedicada a Chile. Y sin indulgencias para disculpar a los frívolos o los que iban perdiendo su compromiso con el pueblo chileno. El hecho solidario y hermoso, el gesto amable de recuerdo al “Chicho” ocurrido en Finlandia o en Venezuela, en cualquier punto, la hacía sonreír en una forma plácida y de esperanzada actitud. Sin embargo, la tristeza dominaba su semblante, parecía que no la abandonó jamás la insatisfacción de tener que obedecer a Salvador la orden de retirarse de La Moneda.

Reiterativa en sus afirmaciones unitarias, no veía otro camino de recuperación de la democracia en Chile que no fuera fortalecer la unidad: Las querellas y dificultades de sus fuerzas opositoras a Pinochet la enardecían.

Estaban Tencha e Isabel en Moscú cuando supimos la noticia. Tati había muerto en su amada Cuba.

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