Margarita Labarca
1.- Algunos antecedentes.
La reforma agraria en Chile había que hacerla, era indispensable. Había que acabar con el latifundio. Eran enormes fundos improductivos, la agricultura chilena era del siglo XIX y hasta XVIII, las tierras malas, la mayoría sin riego, en un país en que el riego artificial es indispensable porque en el verano en Chile no llueve ni una gota, sólo cae la lluvia en invierno.
Los dueños eran “aristócratas”, así se lo creen y lo dicen, unos aristócratas descendientes de las gentes de horca y cuchillo que fueron las que colonizaron el país. Los predios los tenían abandonados, no les interesaban, sólo los usaban para “veranear”, es decir ir de vacaciones en el verano con sus familias. Estos aristócratas se dedicaban en Santiago a negocios más productivos, o eran gente empobrecida que no sabía administrar las tierras ni tenía dinero para invertir en ellas. Básicamente se cultivaba trigo en forma extensiva, la productividad era mínima.
Todo esto se sabe, está súper estudiado en cualquier texto que quieras consultar.
Los campesinos vivían en condiciones subhumanas. Había pocos trabajadores en cada predio, generalmente en situación de “medieros”, es decir el patrón les daba una tierrita en que ellos construían su vivienda y trabajaban a ver qué sacaban. Estaban obligados a prestarle servicios al dueño en el cultivo de su fundo, sin ningún otro pago.
Debido a la geografía del país, los ciclos agrícolas van cambiando de fecha de norte a sur. Por lo tanto, había miles de trabajadores agrícolas “afuerinos”, de temporada, es decir, gente trashumante que se iba desplazando por el país de norte a sur y de sur a norte, según las necesidades de las siembras, cosechas y otros trabajos. Estos eran el submundo de la agricultura, ellos y sus familias sin vivienda, sin derecho alguno, para qué te lo voy a describir, te lo puedes imaginar y por lo demás todo esto está escrito.
Es interesante señalar que los “medieros” o trabajadores permanentes de los fundos, no veían a estos afuerinos como competidores, al contrario, tenían gran solidaridad con ellos, por eso una de las reivindicaciones de los campesinos en todos los casos que conocí, era que se contratara a esta gente como trabajadores permanentes.
Pues bien, todo este régimen semifeudal se quebró gracias a la reforma agraria que hizo el gobierno de Allende. Después, en tiempos de la dictadura, no se volvió atrás totalmente, no se restableció el sistema feudal. Al contrario, se vendieron la mayoría de las tierras al mejor postor, a muy bajos precios, muchas de ellas a industriales o comerciantes. En consecuencia se modernizó la agricultura, se mecanizó, se hizo competitiva y ahora es productiva, exporta al mundo entero y ocupa muy poca mano de obra. No era esa nuestra intención, naturalmente. Queríamos crear explotaciones colectivas, dirigidas por los propios campesinos, en fin, los proyectos eran muchos y muy buenos.
2.- Comienzos del Gobierno de Salvador Allende.
Las Intervenciones. Purina.
Apenas subió el gobierno de la Unidad Popular, yo me fui al Ministerio del Trabajo. El Ministro era comunista, José Oyarce, y el Subsecretario el compañero Julio Benítez.
Julio, un muy buen hombre, era mi amigo porque habíamos trabajado juntos en el Partido Socialista. El era mi jefe directo y único, porque por un lado estaban los comunistas y por el otro los socialistas, y cada uno aplicaba su propia política.
Yo iba a una tarea muy concreta: intervenir todos los predios agrícolas que pudiera. Este sistema se consideraba como un complemento de la reforma agraria que hacía la CORA.
Pues habíamos descubierto un "resquicio legal" muy útil. En la Ley de Reforma Agraria dictada por Frei, había un artículo, uno solo -me he olvidado el número- que disponía más o menos lo siguiente: si en virtud de un conflicto laboral un predio agrícola se paralizaba ilegalmente, si había una huelga ilegal, el gobierno, en aras de mantener la producción podía nombrar un interventor para resolver el conflicto a la brevedad posible. El interventor actuaba como mediador, y para esos efectos podía darle algunas instrucciones al propio dueño. Si éste no acataba dichas instrucciones, el interventor podía asumir la administración del predio, para poner fin al conflicto laboral.
Al parecer, este artículo se aplicó muy pocas veces durante el gobierno de Frei, y sólo para favorecer al dueño del fundo y liquidar el movimiento campesino. Los interventores generalmente eran militares que echaban a andar el fundo sin contemplaciones y sin considerar en absoluto los intereses de los campesinos.
En la Comisión Agraria del Partido Socialista habíamos inventado la martingala que se pondría en práctica, usando este resquicio legal. Héctor Behm y yo la inventamos, puesto que los otros compañeros no eran abogados y no entendían esa parte. La cosa era muy sencilla: se paraba un fundo, se nombraba un interventor nuestro, que tenía que ser funcionario público, preferentemente un técnico de cualquiera de los organismos agrarios, especialmente el INDAP (Instituto Nacional de Desarrollo Agropecuario, dependiente del Ministerio de Agricultura). Este interventor le daba al dueño unas instrucciones imposibles de cumplir, con lo cual podía asumir rápidamente la administración del fundo y hacer lo que correspondiera.
Curiosamente, nuestro resquicio legal, la primera vez que lo aplicamos no fue en un predio agrícola, sino en un complejo agro-industrial: PURINA. Al día siguiente de llegar al Ministerio del Trabajo (serían los primeros días de noviembre, apenas asumido Allende) me dice Julio Benítez: “Hay que ir a Purina, porque está tomada la fábrica”. Yo protesté, porque no estaba allí para atender esos asuntos, sino los agrícolas. El insistió, porque no había más gente nuestra que enviar.
Me fui a Purina harto asustada, porque no sabía con qué me iba a encontrar. Además era una tremenda empresa yanqui, una trasnacional que creo que fabricaba alimentos para animales, no me acuerdo bien.
Pues me encontré con un conflicto encendido, los obreros sublevados por un lado, los representantes de los dueños -unos yanquis de verdad- por otro y dos interventores socialistas que no sabían qué hacer, en el medio.
Me fui a una oficina que me habían reservado, me traje a los interventores y les dije: “Ustedes les van a dar a los dueños unas instrucciones tan descabelladas, que no las van a poder cumplir. Entonces, de inmediato levantan un acta y toman la administración. Después se ponen de acuerdo con los obreros y hacen lo que les parezca, los dueños van a quedar totalmente fuera de combate y no van a poder hacer nada”.
Yo misma les redacté las instrucciones a máquina improvisando ahí mismo. No me acuerdo del texto, claro, pero eran cosas del siguiente calibre: subir todos los sueldos al doble; la participación en utilidades subirla al doble; contratar 200 obreros más; donarle al sindicato 4 camionetas. Eran como veinte pedidas, todas absolutamente locas. Pero había que asegurarse que no las pudieran cumplir.
Cuando los gringos recibieron el petitorio, por poco les da un infarto. Gritaban, me hacían reproches, me reclamaban que esto era ridículo, ilegal, etc., etc. Y ahí sacaba yo a relucir la segunda parte de mi martingala: “Lo siento. Es verdad que el Ministerio del Trabajo nombra a los interventores, pero jurídicamente -porque la ley lo dice- ellos son independientes, actúan en forma autónoma. Yo no puedo darles instrucciones de cómo actuar”.
Los gringos, furiosos, salieron corriendo, supongo que a reclamar a su embajada o algo así.
Los interventores y los obreros dichosos y yo, para qué te digo.
Volví a tomar el autito en que me habían traído, sintiéndome la dueña del mundo. De una plumada les habíamos quitado Purina a los gringos, se la habíamos entregado a los obreros. Fue una de las satisfacciones más grandes de mi vida. Después vendrían las dificultades, los tropiezos, el sabotaje, en fin todo eso. En esos primero días de la Unidad Popular yo me sentía en el séptimo cielo, sentía que estaba construyendo el mundo nuevo. Pues siempre he pensado que la política, la que pretende crear sociedades nuevas y mejores, hacer revoluciones para edificar el mundo justo del futuro, tiene mucho que ver con el arte. Yo en tiempos de la Unidad Popular experimentaba esa sensación de manera muy fuerte y clara: así como un artista, al crear una sinfonía o un cuadro, da nacimiento a un universo y experimenta la alegría inefable de la creación, los que no teníamos ese don, con nuestras manos estábamos construyendo un mundo nuevo y diferente, lo que nos producía la misma exaltación que la creación artística.
Como te decía, esa sensación que yo tenía de estar realizando una obra de creación, no era una cosa vaga y difusa, sino muy concreta y perfectamente hecha conciencia. La obra de arte la veía en esos momentos -los de la Unidad Popular- más bien como una escultura, como estar dándole forma a la arcilla, o tallando la piedra, para que emergiera una forma nueva.
Era una extraña sensación, más que de alegría, de exaltación extrema. Me decía "He logrado cambiar este pedazo de mundo, darle a esta arcilla una nueva forma, la forma de esta fábrica Purina que ahora pertenece a los trabajadores, yo lo he hecho, he sido capaz de hacerlo, cuántas cosas más vamos a hacer, vamos a hacer un mundo con nuestras propias manos, vamos a dar forma al mundo del futuro, un mundo nuestro, hecho por nosotros."
Esa misma sensación la tuve después cada vez que se intervino un predio y se lo entregamos a los campesinos, y los vi organizarse y tomar las riendas del fundo, sabiendo exactamente lo que tenían que hacer.
3.- Intervenciones de fundos.
Ya te expliqué antes cómo era el procedimiento: se paraba el fundo, nombrábamos un interventor, éste le daba instrucciones imposibles al dueño y cuando el momio no las cumplía, el interventor tomaba la administración y, ¡Vamos pa' lante!
Pero claro, otra cosa es con guitarra. El primer inconveniente es que yo estaba sola, total y absolutamente sola para hacer este trabajito. El área agrícola del Ministerio del Trabajo era muy pequeña, había muy poca gente, porque ¿quien andaba interviniendo fundos anteriormente? Pues nadie. Pero que fuera un área chica o grande no interesaba para nada, porque la gente que trabajaba ahí eran todos democratacristianos, eran opositores. No se les podía echar por razones legales, pues tenían derecho a la inamovilidad. Los dejábamos congelados, no hacían nada, estaban sentados en sus escritorios observando lo que yo hacía y espantándose o jajajeándose para sus adentros. Me acuerdo que uno solo de ellos me dio alguna vez una mano para orientarme en los manejos administrativos del trabajo, porque yo no tenía la menor idea. Al estar las plazas ocupadas, no podíamos nombrar a nadie.
Después de un tiempo me conseguí dos compañeras que me ayudaran, pero tenían que trabajar prácticamente gratis. La verdad es que entre estas dos muchachas no se hacía una, tenían buena voluntad pero nada más.
El asunto de las intervenciones comenzó a caminar en forma acelerada, después a correr y después a lanzarse en vuelo libre sin paracaídas.
Los campesinos pronto agarraron la onda. Llegaban a mi oficina desde los lugares más lejanos, a pedir y después a exigir que se interviniera el fundo tal y el fundo cual, casi siempre por las mismas razones. A mí me daba gusto verlos, porque hacía tan poco que se habían comenzado a organizar, tenían tan poca experiencia, y sin embargo eran aguerridos, peleadores, exigentes. Hasta tiempos muy recientes, los campesinos se paraban fuera de la casa y esperaban horas que el patrón se dignara atenderlos. Se sacaban el sombrero y lo sostenían con las dos manos sobre el pecho, siempre tenían la vista baja, decían “Sí, su merced…mande, patrón.” Ahora, en esta etapa de los comienzos de la Unidad Popular, venían compañeros de la Federación Ranquil –de izquierda-, otros de la democracia cristiana, porque en materia agrícola Frei había establecido la "libertad" sindical, había varias federaciones y organizaciones diversas. Los campesinos llegaban al principio recelosos, desconfiados.
También era una experiencia nueva para ellos. Se preguntarían ¿quién es esta mujer, qué se trae, qué sabe ella de cuestiones campesinas, si seguro no distingue el trigo de la alfalfa? (bueno, esto último era bastante cierto). Me acuerdo de uno que era dirigente de una organización democratacristiana, que era muy agresivo y por eso me gustaba. Mellado se llamaba, muchas veces me he preguntado qué habrá sido de él. El hombre era joven, bien plantado, lo estoy viendo. Me decía "Señora, HAY que intervenir el fundo XXX en Talca, porque ya está paralizado". Yo le contestaba: "Señora no, compañera. Y por favor, explíqueme por qué HAY que intervenir ese fundo".
Para no alargarme, te diré que terminé siendo amiga de todos ellos; se transformaron en mis compañeros del alma, porque eran los únicos en quienes me podía apoyar y ellos sabían que yo era la única que los apoyaba, porque este asunto de las intervenciones agrícolas a nadie le gustaba en el gobierno.
El procedimiento no era tan fácil como parecía, y cada vez se fue complicando más. Primero me llamaba por teléfono un dirigente campesino -yo ya los conocía a todos- y me decía que en Valdivia, en el municipio XXX, los campesinos habían declarado la huelga en el predio XXX, de propiedad del señor fulano. Claro, legalmente no era una huelga, porque para que hubiera una huelga legal en el campo había que cumplir tantos requisitos que era prácticamente imposible. Las razones que me daban para la "huelga", eran generalmente las mismas o muy parecidas: el "momio" había desmantelado el fundo, se había llevado la maquinaria, las herramientas y los animales para Argentina. Los campesinos se estaban muriendo de hambre; querían la intervención para tratar de echar a andar el predio. Yo les decía "Conforme, allá vamos". ¿Qué otra cosa podía hacer?
La intervención había que hacerla por decreto. Estos decretos, por tratarse de un asunto de urgencia, tenían la característica especial de que se empezaban a cumplir antes de la toma de razón por la Contraloría. Pero en el decreto había que nombrar al interventor, naturalmente. Ese fue uno de mis principales problemas, dónde conseguir interventores de confianza, cómo convencerlos, cómo apoyarlos y ayudarlos. Acuérdate que yo estaba sola.
Hacía el decreto, Julio Benítez se lo llevaba al Ministro del Trabajo para que lo firmara, el hombre lo hacía con cara de pocos amigos, como diciendo, "Este lío es de ustedes, los socialistas, yo firmo, pero no respondo de nada".
Y después Julio o a veces yo misma, tenía que llevarle el decreto a Allende para que lo firmara, porque Julio Benítez también le sacaba el cuerpo. El presidente me recibía y sólo me preguntaba ¿Esto está bien fundado, está justificado? ¿Sabes lo que estás haciendo? Yo tragaba saliva y le decía simplemente "Si, Presidente". Y él firmaba. Siempre firmó, nunca dejó de hacerlo, aunque fueron cientos los decretos que le llevamos entre Julio y yo y que el asunto se ponía cada vez más complicado, definitivamente color de hormiga.
A antes de seguir relatándote los hechos, te quiero hacer algunas consideraciones más generales:
Fuimos más allá de lo previsto, es cierto; pero no fue aquello lo que provocó el golpe. Creo que hiciéramos lo que hiciéramos, el desenlace iba a ser el mismo, a no ser que el gobierno se vendiera totalmente a la derecha y a los yanquis -antes se decía al imperialismo- lo que no era concebible.
Todo esto fue un poco como una tragedia griega. Veíamos venir el final pero no podíamos evitarlo, porque el libreto estaba escrito hacía mucho tiempo y nosotros no hacíamos más que seguirlo.
Yo estaba sola. No tenía colaboradores que me ayudaran, no tenía apoyo ni orientación del Partido, porque eran inaccesibles y nunca sabían nada. Hacía lo que me parecía bien.
Al principio se intervenían predios de 500, 300, 100 hectáreas. Los campesinos se los tomaban y exigían que se intervinieran. Después los fundos eran de 60, 50 hectáreas. Y yo los intervenía. Te voy a decir por qué: porque con cada fundo intervenido nos echábamos unos pocos enemigos en contra -el dueño y su familia- pero adquiríamos el apoyo incondicional, hasta la muerte, de 50, 100, 200 campesinos. Ese simple cálculo aritmético era lo que me movía; entonces creía que tenía razón y todavía lo creo. Los dueños de fundo -ya ni siquiera latifundistas sino medianos propietarios, pero era lo mismo- saboteaban todo, se llevaban los animales y las herramientas a Argentina, no producían. Querían joder a la Unidad Popular y lo lograron.
Pero ganarse el apoyo de miles de campesinos me parece que no era una mala idea. A lo mejor me equivoqué, pero alguien tendría que convencerme de ello.
Además los campesinos se estaban muriendo de hambre, necesitaban hacer producir el fundo como fuera para proveer a su subsistencia, era para ellos un asunto de vida o muerte. Y trabajaban, sin herramientas, sin nada, prácticamente con las uñas.
Pero una cosa te digo, eso sí: siempre atendí cuidadosamente y respetuosamente a todos los dueños de fundo que iban a mi oficina a reclamar. Les trataba de explicar lo que era la política del gobierno en materia de reforma agraria, etc. etc. y destinaba horas a hablar con ellos. En suma, les decía: "No es nada personal, sólo es política".
Si vieras las presiones que tenía encima, era terrible: las mujeres de los latifundistas me venían a llorar miserias, que su marido tenía cáncer, que la casa del fundo era el lugar en que ellos vivían y ahora los habían desalojado de ella, que lo habían perdido todo. Yo no era insensible a esas lamentaciones, pero no cambiaban en nada mi camino. Los abogados momios venían a reclamar, vociferaban, me amenazaban. Una cosa debo reconocer, que entonces me parecía normal pero que ahora que he vivido en México ya no me lo parece tanto: nunca me ofrecieron dinero, nunca trataron de comprarme. Porque así como yo intervenía un fundo, podía "desintervenirlo" cuando se me ocurriera. Nadie me controlaba, pero tampoco nadie me ayudaba ni me orientaba.
Un par de veces traté de llamar al Partido, a la Comisión agraria para pedir una orientación, pero no lo volví a hacer porque era inútil, ni siquiera contestaban al teléfono.
Toda la responsabilidad era mía, exclusivamente mía.
El asunto se me fue complicando y complicando en la Contraloría. La que atendía estos asuntos allí era aquella mujer que después fue ministra de justicia de Pinochet: Mónica Madariaga, imagínate. Al principio yo le ponía a los decretos: "Está paralizado el predio tal y cual, etc". Después ella me dijo: “Oye, pero no basta eso, tiene que haber una certificación del Inspector del Trabajo”. ¡Anda a conseguir que un inspector del trabajo de Valdivia fuera a ver un fundo que estaba en los quintos infiernos¡ Bueno, los campesinos lo buscaban y lo llevaban. Entonces el decreto decía: "Conforme a la certificación del inspector del trabajo don fulano, de fecha tal, el predio XXX se encuentra paralizado, etc." Después la Madariaga me iba poniendo más y más exigencias: no basta citar lo que dice el inspector, se necesita un papel. Yo le acompañaba un telegrama. Después: “Oye, no basta con un telegrama, tiene que ser un oficio.” Y cada día nuevos y diferentes requisitos me exigía la Contraloría, concretamente la Mónica Madariaga, que gozaba con esto.
Ya a esta altura no eran simples sugerencias de la Contraloría. Me comenzaron a rechazar los decretos, es decir no tomaban razón, los devolvían. ¿Te das cuenta el enredo que se me armaba con esto? Porque era un decreto que ya se había empezado a cumplir antes de la toma de razón, por lo cual el interventor había asumido la administración, había pedido plata al Banco, había vendido en verde las futuras cosechas, etc., etc. No había vuelta atrás, por lo cual no quedaba más remedio que hacer un decreto de insistencia, que lo tenía que firmar Allende y todos los ministros. Y yo hacía el decreto y Julio Benítez se lo llevaba al Presidente, quien lo firmaba y hacía que lo firmaran todos los ministros.
Las condiciones de tensión nerviosa en que yo trabajaba eran de espanto. Por un lado los campesinos, que por muy amigos que eran, a veces metían la pata, hasta me llegaron a tomar la oficina para exigir la intervención de un predio minúsculo; por otro lado los momios y sus abogados, por otro la Contraloría, por otro los interventores, que requerían apoyo, había que gestionarles los créditos en los bancos, conseguirles abogados que los defendieran de las demandas de los dueños, y suma y sigue.
Nunca me sentaba. Trabajaba parada, tanta era la tensión nerviosa, tanto el trabajo y las preocupaciones. Tenía dos teléfonos que sonaban ininterrumpidamente, ni una secretaria, nada, yo misma tenía que escribir todo, que hacer todo. Cuando me acuerdo, no me explico cómo pude hacerlo.
Pero yo era incombustible. Porque estaba segura de lo que había que hacer y lo hacía. No tenía ninguna duda teórica, política ni moral. Creo que fue eso lo que me salvó del derrumbe. Ahora, después de tantos años, cuando lo vuelvo a pensar, me pregunto: ¿Hice bien, me equivoqué? ¿Fui una loca, una irresponsable, contribuí en lo que me tocaba, a la caída del gobierno de la U.P.?
Y me contesto: Hice bien, hice lo que había que hacer.
4. Las intervenciones de predios. Último.
Sigo con mi cuento, ya con la garganta un poco apretada, porque se acerca la parte mala.
Bueno, en total creo que se intervinieron unos 600 fundos en todo el país, de diferentes tamaños, formas y colores.
Hasta aprendí geografía, porque había que saber dónde estaban los distintos lugares, municipios y provincias en que se encontraban estos predios.
Ya casi al final, le metieron una acusación constitucional al ministro, José Oyarce, por las intervenciones agrícolas. Yo tenía que dar toda la información, todos los antecedentes y todos los argumentos para contestar esa acusación. Pero ahí si que no estuve sola, ¡qué va! Varios abogados comunistas se dejaron caer en mi oficina, furibundos. Me acuerdo que en una sala había una mesa larguísima, los 500 o más expedientes abiertos, y los compañeros comunistas examinándolos. Mi amiga (…), gritaba ¡Estás loca, loca. Cómo has podido hacer estas barbaridades, irresponsable, loca de atar!
Tuve que aguantarme la arremetida de todos estos compañeros, que sólo les faltó acusarme de agente del enemigo, aunque algunos posiblemente lo pensaron. Abogados socialistas, ninguno, para qué, total el ministro era comunista. Sí, pero se les olvidaba un detallito: detrás de la acusación contra Oyarce venía la acusación contra el Presidente.
Sintetizo: la acusación la ganamos. Ahí quedó todo.
Sigo. Uno de mis principales problemas eran los interventores. Había que conseguir un funcionario público, preferentemente ligado a las instituciones agrarias del gobierno: INDAP, CORA, SAG. Tenía que se un tipo de toda confianza, que entendiera aunque fuera un poco de agricultura y, sobre todo, que estuviera dispuesto a aceptar la tarea y apechugar.
Muchas veces los propios campesinos conocían a un funcionario de la zona y me lo sugerían. Generalmente eran técnicos agrícolas, muchachos jóvenes que habían visitado el fundo en razón de su trabajo, en quienes los campesinos confiaban, y que estaban dispuestos. Otras veces yo misma los buscaba, revisando las listas de los funcionarios de la zona, preguntando, en lo posible, a la organización del Partido local, en fin, como fuera había que conseguir a estos interventores.
Al principio ellos venían a Santiago para que yo los instruyera y les explicara cómo era la cosa. Les decía: "Mira, no tienes que preocuparte de nada. Los campesinos lo saben todo. Ellos conocen el predio y saben muy bien lo que hay que hacer. Tú ponte de acuerdo con ellos, que constituyan un comité de administración que lo haga todo, y tú nada más firmas." Claro que esto no era tan cierto, pero así los iba convenciendo. Les seguía diciendo: "Tienes que tomar la administración del fundo, porque si no, la intervención no sirve para nada. Para eso le tienes que dar al dueño unas instrucciones que no quiera o no pueda cumplir. Mira, aquí te las tengo redactadas, no vayas a decir que yo te las hice, porque entonces nos vamos todos al carajo".
Pues ya a los dos o tres meses no tuve que volver a hacer esto. Entre las organizaciones campesinas y los interventores se había corrido la voz. Ellos mismos redactaban sus "instrucciones", agregándoles un lenguaje leguleyo, porque seguramente pensaban que el mío no estaba suficientemente bien: "siendo tal hora, en tal lugar, XXX el señor interventor... viene a darle a usted... las siguientes instrucciones ineludibles, insoslayables y obligatorias..." Era para morirse de la risa.
Pero además, tendrías que haber visto las "instrucciones". Eran tan, pero tan descabelladas, que hasta a mí se me ponían los pelos de punta, con eso te digo todo. Cuando llegaban los abogados de los momios a mi oficina, a reclamar enfurecidos, y me mostraban las "instrucciones" del interventor, yo tenía que hacer muchos esfuerzos para no soltar la carcajada.
Había algunos interventores que administraban varios fundos. Pero en total, deben haber sido cerca de 400 interventores, entre ellos algunas muchachas.
Pero no sólo era buscarlos, convencerlos. También había que conseguirles plata en los bancos, porque el fundo estaba en la ruina. Yo hacía lo que podía, que era bastante poco, la verdad.
Muchas veces tenían juicios que les metían los momios, entonces había que buscarles abogados. Sólo un par de compañeros del INDAP y no más, me ayudaban en esto.
Lo que viene ahora es lo último, y te lo voy a decir muy rápido, porque no puedo de otra manera:
Después del golpe, a casi todos estos interventores los mataron. Me siento en gran parte culpable y sus fantasmas nunca me abandonan. No he podido averiguar nada por más que lo he intentado, no me acuerdo de sus nombres, eran nombres corrientes, desde aquí no se puede averiguar nada, habría que instalarse durante meses en Chile, recorrer las zonas, preguntar…
Puedo entender la masacre de campesinos. Ellos estaban en esa lucha de clases y seguramente sabían que podían perder la vida. Ellos eran gente consciente, estaban dispuestos a jugársela. Pero los interventores, los interventores... No eran campesinos, eran funcionarios, yo los metí en el baile. Me acuerdo sobre todo de una muchacha, se me ha olvidado el nombre, pero recuerdo perfectamente su rostro, era tan joven... Me digo: ¿cómo pude pensar que no les iba a suceder nada?
Debí prever, debí prever lo que iba a pasar, a mí no me ocurrió nada porque estaba en Santiago y me pude asilar, pero a ellos... Debí preverlo, debí advertirles, quizás algunos se hubieran podido salvar.
Eran tan jóvenes, o al menos tan ingenuos, yo tenía 32 años, me sentía como su mamá.
No sé si ellos sabían bien en lo que se estaban metiendo. Yo creía saberlo todo, estaba dispuesta a jugármela, ¿pero con qué derecho sacrificar a esos chicos? Ellos confiaban mucho en mí, me preguntaban todo. Yo lo único que pensaba era en echarle p'alante, no medía las consecuencias.
He pensado que averiguar la suerte exacta que corrió cada uno de estos muchachos no serviría de nada si uno no está dispuesto a tomar venganza. ¿Pero cómo? No sé cómo hacerlo, no sé siquiera si me atrevería…