Ernesto Benado
En la reunión me senté al lado de un compañero de unos 60 años que me saludó muy afectuosamente Le pregunté quién era y me dijo soy el ex Presidente
del Sindicato Yarur.-Yo me recuerdo de UD.-
En realidad no me acordaba para nada de él. Mi
pasada por la fábrica en 1971 fue muy fugaz. Me preguntó: ¿UD sabe que se
publicó un libro sobre la toma de la fábrica Yarur y sobre su administración
por el gobierno de Allende? Le dije que no lo sabía.
-Fíjese que era un gringuito que andaba por la
fábrica haciendo entrevistas, a veces incluso las grababa. Algunos tenían
desconfianza de él. Pero ahora resulta que ha escrito un libro en que nos nombra
a muchos de nosotros “El autor es Peter Winn, el libro está editado en LOM y se
llama “Tejedores de la Revolución “.
Lo compré y he estado dos semanas enfrascado en su lectura. Primero pensé
escribir un corto comentario sobre el libro,
pues hay datos originales sobre los primeros meses del gobierno de la Unidad Popular.
Al terminar la lectura pude apreciar que Peter Winn
llegó a la fábrica en 1972 y que mi
corta presencia en la fábrica, durante las primeras 48 horas de requisada por
el gobierno en Abril de 1971, no figuraba para nada. No era una omisión
deliberada El proceso que se vivió
dentro de la fábrica en el año 1972 fue tan apasionante que esos primeros días no le llamaron la
atención y tal vez casi nadie se
acordaba de ellos.
¿Fueron realmente importantes esos dos primeros
días?
Quisiera creer que aunque sólo sea para dejar
constancia de ellos, vale la pena hacer el relato, aunque ahora a casi cuarenta años sólo recuerdo lo principal
de mi cortísima intervención.
Renuncié a mi cargo de gerente de la empresa metalúrgica en la
que había trabajado durante 20 años y me incorporé a la CORFO, en Enero de
1971.
Por ser ingeniero civil mecánico, me destinaron
a un Comité para el Desarrollo de la Industria Pesada. Lo primero que tuve que
hacer fue evaluar la propuesta de una planta de cemento para Antofagasta y
decidir junto con Vicente Sotta, el presidente de su directorio, la oferta más conveniente.
Elegimos la tecnología danesa y la
fábrica llegó, se montó y funciona hasta el presente. (INACESA aún ahora
en 2013 funciona normalmente).
Debo insistir con esto en que mi experiencia en
el ramo textil era muy primaria.
Una vez a la semana, tenía autorización para hacer clases en la Escuela de Ingeniería
Industrial de la Universidad Técnica del Estado.
Hacía clases de Turbo máquinas al último año de
ingeniería y todos los Jueves iba a las 9,30 a
hacer dos horas que con un recreo, me permitían volver a CORFO en el
centro de Santiago, a las 12,30 y almorzar con los compañeros en el comedor
colectivo del edificio de CORFO Central. Cuento estos detalles, porque servirán
para ubicar mejor los acontecimientos y el por qué se produjeron.
Mientras hacía clases en la mañana de un día jueves
28 de Abril, se presentó un funcionario
de la recepción de la Escuela para decirme que tenía un llamado urgente de la
CORFO y que me dirigiera a la recepción para comunicarme. Dejé a los
estudiantes por unos minutos sin saber qué es lo que pasaba. No había teléfonos
inalámbricos, así que había que usar el
teléfono fijo de la recepción que estaba en otro edificio. Me estaba llamando Jorge Chávez,
el Gerente de Industrias de la CORFO y mi superior inmediato.
Me dijo muy brevemente: Hoy tenemos que
requisar e intervenir la Industria textil Yarur. Andrés Van Lanken, el
interventor designado en el decreto está en Punta Arenas haciéndose cargo de Lanera,
otra industria textil. Lo reemplaza legalmente Pedro Holz y
debiera hacerse cargo, pero me ha llamado porque su padre falleció y no
puede ir a la empresa ni hoy, ni mañana, hasta el Lunes. Te pido que vayas a
Yarur y te hagas cargo de la intervención. Di que vienes de la CORFO y que reemplazarás al interventor
designado hasta que pueda enterrar a su padre. Pedro Holz, también ingeniero,
era un funcionario de carrera en CORFO.
Pregunté: ¿no hay nadie más que pueda hacerse
cargo?
Chávez me dijo que era una emergencia y que él creía que yo tenía experiencia para resolver
lo que se viniera encima. Con ese halago, no tuve argumentos para hacerme a un lado.
Me despedí, partí a la carrera a darles una
explicación a los estudiantes y me fui en mi coche, preguntándome donde quedaba
la famosa industria Yarur, la más grande del país, con algo más de 2.000
trabajadores y que yo conocía sólo por referencias.
Lo que yo sabía era que había que ir a la vieja
Penitenciaría (el Penal de Santiago) y seguir derecho hacia el poniente, así
que confiando en mi olfato crucé parte de Santiago hasta llegar al enorme
edificio gris, de varias manzanas que tenía un monumento con el fundador de la empresa,
Juan Yarur, en la puerta de la entrada apenas cruzando la reja que protegía la
propiedad.
Había mucha gente agolpada en la calle fuera de la empresa, y estaban oyendo una cuenta.
Me bajé del auto y me acerqué desde atrás
para escuchar. Un dirigente daba detalles del decreto y de las razones
de la requisición, pero nadie se preguntaba porque no estaba presente el interventor,
que vendría a reemplazar a las hasta entonces autoridades
privadas de la fábrica.
Escuché unos diez o quince minutos mientras la gente hacía preguntas y
expresaban su preocupación sobre cómo se
pondría en marcha la planta, que estaba tomada por los trabajadores desde hacía ya una
semana.
Debo aclarar que yo no tenía ningún
conocimiento de lo que había ocurrido en esa fábrica en los 6 meses
del gobierno de la UP. Pues lo
textil estaba muy lejos de mis preocupaciones, lo único que sabía era que
existía un conflicto y que el Gobierno sólo en las últimas horas se había decidido a requisar, usando un
antiguo decreto ley que permitía hacerse cargo de empresas privadas si existía
peligro de desabastecimiento.
En un momento de silencio entre los trabajadores,
alguien preguntó: ¿y donde está el interventor?
Avancé entre la multitud y cuando estuve cerca
de quien presidía, dije –Vengo de la CORFO y voy a hacerme cargo de la
intervención-
Me miraron con asombro, sorpresa y tal vez tranquilidad.
Ya no estaban abandonados por el gobierno, su gobierno, que había aceptado a
regañadientes hacer la intervención de la empresa, contra todas las influencias
y presiones de la poderosa familia Yarur.
Yo tenía ya 43 años, no les debo haber dado la
impresión de ser un novato y aunque ellos no lo sabían, era el único funcionario
de CORFO que tenía experiencia empresarial y que podría, dado el caso, tomar decisiones,
sin tener que estar llamando a jefes o ministros. Efectivamente, en las
próximas 48 horas, sólo tuve que llamar a un funcionario ajeno, y no para consultarlo,
sino para obtener la elevada suma de dinero necesaria para pagar las
remuneraciones.
Caminé hasta colocarme al lado del Presidente, a quien yo no
conocía y dándome vuelta para mirar
directamente la reunión. Les dije:
“Tenemos que echar a andar la planta.” “Llévenme
hasta la oficina del Gerente General, pues desde ahí vamos a operar”.
Hubo una sensación de alivio de la gente y caminamos para entrar a la planta por su
puerta principal. Me condujeron a una amplia oficina, que era desde donde su
Gerente y co dueño, Amador Yarur, mandaba toda la planta. Nadie me pidió
identificarme y tampoco puso en duda mi mandato. Se vivía un hecho
extraordinario y las circunstancias exigían cierto grado de fe en los seres
humanos. Así lo pensé yo.
Me encaminaron a través de un
pasillo hacia una amplia oficina en la cual había un gran escritorio parcialmente
despejado, algunos sillones y un pequeño estante cerrado. Me senté en el sillón
del centro y pedí que sólo se quedaran los presidentes de los dos sindicatos
principales. Se retiró el resto de la gente, un poco lentamente pues no estaban
acostumbrados a que se los marginara en esos instantes de las decisiones de las
que iba a depender su vida laboral.
Ya con los dos presidentes, les dije que me
quedaría sólo 48 horas, hasta que uno de los interventores definitivos se
hiciera cargo.
Les pregunté cuántas salidas tenía la fábrica por las que se pudiera sacar
materia prima, mercadería o piezas grandes.
Me informaron que había una sola salida
que estaba controlada por un portero, y que ese trabajador no era de su
confianza Les pedí de inmediato que me
propusieran una compañera dirigente de sindicato de absoluta lealtad para
controlar la portería. Sin gran vacilación me nombraron a una compañera y les pedí que la fueran a buscar. Llegó una
trabajadora relativamente joven a quien
le dije:
Estimada compañera, necesitamos impedir que
empiecen a robarnos en esta planta que ahora es del estado y de todos Uds. vaya con dos compañeros a la portería y no dejen salir ningún
vehículo ni persona con bultos o
paquetes sin que lleve una guía de salida
con mi firma. Si pasa cualquiera
cosa rara o violación a la norma Ud. me llama a mí por el citófono o a
los compañeros presidentes para impedirlo.
La compañera me miró sonriendo, y me dijo, “a la orden “y se fue.
Les plantee el problema de echar a andar la fábrica
que estaba paralizada ya durante una
semana. Me dijeron que contaban con la cooperación del Jefe de Mantenimiento,
un antiguo funcionario que se había
plegado al movimiento. Yo no lo conocía
ni de nombre. Resultó ser más o menos de mi edad y además se veía que
era mecánico pues llegó con una capa azul. Como hay una fraternidad entre los mecánicos,
me cayó bien y le pregunté: ¿Se puede echar a andar la planta?
Me dijo “Hay
corriente eléctrica y si la conectamos podemos hacer partir la sección de telares.”
¿Hay materia prima? Sí, tenemos para varios
días en la fábrica y hay un depósito en Cerrillos donde está la mayor parte del
algodón. Esa bodega no fue tomada y está expuesta a que saquen materia prima y
también a que se incendie.
Les pedí a los Presidentes que mandaran de
inmediato a algunos trabajadores a hacerse cargo de esa bodega y que yo iría más tarde a revisar la situación.
El jefe mecánico me explicó que la parte de tintorería y los procesos
químicos eran más difíciles de echar a andar, pero que podría hacerlo sección
por sección, si yo lo autorizaba. Le dije que procediera de inmediato a
conectar la electricidad y que el personal tomara sus puestos de
trabajo.
A las 11 AM, pude oír el ruido de las máquinas
andando y el lejano aplauso de los trabajadores Fue un momento emocionante para
mí y creo que para todos.
Me preocupé
entonces de la parte financiera. Me explicaron que con el decreto se
había dado aviso a los bancos y todas las cuentas estaban congeladas y que sólo
se podría empezar a girar cuando los
interventores pudieran legalizar sus firmas. O sea nadie podía tocar los fondos.
Les expliqué que tendríamos problemas para
pagar los sueldos y salarios ya que estábamos a fin de semana y del mes. Pregunté si había alguien
de confianza que estuviera al tanto de las planillas de remuneraciones. Me
explicaron que precisamente se trataba de uno de los compañeros más entusiastas
del movimiento de la toma, que trabajaba con un sistema mecanizado con tarjetas.
(no existía a nivel de la empresa
sistema de computación) así que lo llamaron y
me lo presentaron . Resultó ser una persona joven y sonriente quien me dijo
que si trabajaba con su equipo esa noche para el viernes podía tener un detalle
de los pagos y me dijo una cantidad aproximada
del dinero que íbamos a
necesitar.
Le dije que se pusiera a trabajar y que yo me
preocuparía de conseguir el dinero ¿De adónde? No lo sabía pero en
momentos extraordinarios supuse que en esa primera intervención y estatización
de una planta algún funcionario de
gobierno nos respondería. En realidad se convirtió en una norma durante todo el
gobierno popular que jamás, pasara lo que pasara, se podría dejar a los
trabajadores sin sus remuneraciones.
Por la puerta lateral que yo aún no había advertido ingresó un
joven de pelo rojo, el compañero Sánchez, que se presentó como militante del
Mapú y que había sido designado como co interventor.
O algo así, pues en el Ministerio de Economía,
al designar a los interventores se habían preocupado del cuoteo político. Como
los dos interventores, Holz y Van Lanken eran socialistas, entonces se tenía
que nombrar representantes de los otros
partidos de la Unidad Popular para compartir responsabilidades. Lo saludé y le
pregunté de qué parte de la operación
quería hacerse cargo. Me dijo que de la comercialización. Acepté y le conté lo
resuelto con la portería. Además le pedí que implementara el sistema de guías y
que éstas debieran ser firmadas por él y por uno de los interventores hasta que
se decidiera otra cosa.
Regresó a su oficina que quedaba colindante con la que estaba ocupando
yo.
Les pedí a los presidentes sindicales que seguían presentes atendiendo a
todo lo resuelto, que me volvieran a designar una compañera de confianza, ojala
con experiencia secretarial, pues íbamos
a implementar un sistema de comunicaciones, para que se legalizara internamente un sistema de
mando que reemplazara a la antigua gerencia ¿por qué propuse compañeras mujeres
para esas dos primeras funciones de la intervención? Seguramente que mi
instinto me señaló que las mujeres
plegadas al movimiento eran más seguras en su lealtad a la requisición
Hasta donde recuerdo esa iniciativa se me
ocurrió a la carrera tal vez por haber leído en alguno de los libros o novelas
soviéticas de cómo se implementaron allá y entonces las nuevas cadenas de
mando. La experiencia soviética era en esa época nuestra fuente de referencia y
el libro de Preobrajensky “La nueva económica”
el libro de cabecera.
Cuando llegó la compañera, le expliqué que iba
a estar a cargo de un libro de órdenes, un libro cualquiera de contabilidad o
simplemente de borrador, con páginas
foliadas y numeradas. Que toda orden que diera un interventor, debía ser
escrita y firmada, indicando a quien iba dirigida. Que ella sería la
depositaria del libro y que ninguna
orden se llevaría a efecto sin estar registrada.
Al poco rato me trajo el libro y en su primera
página escribí.
“La compañera N: N. es la responsable de este libro y toda orden de
un interventor debe ser escrita en el libro anotando su detalle y a quien va dirigida.
El que reciba la orden debe anotar con su firma la recepción conforme y la hora
en que se notificó”
Ella fue entonces la primera en firmar y anotó
la hora y el día, 12 PM del 28 de Abril de 1971.
Era tal la seriedad con que los trabajadores de
la planta tomaban lo que se estaba haciendo y los procedimientos que se estaban
adoptando que varios meses después
cuando comenté con Holz y Van Lanken
la historia del libro, me dijeron, “Ese famoso libro, todavía tenemos que
usarlo y respetar el procedimiento, dicen que tú lo dispusiste”. Ese primer día
del cual aún quedaban grandes novedades, fue uno de los pocos días en que me
quedé sin almuerzo. Llamé por teléfono a la CORFO y le informé al jefe Chávez
que la planta estaba andando y que teníamos que resolver el problema de los
pagos del día siguiente.
Avanzaba la tarde y se me ocurrió que habíamos
dejado pendiente algo importante tal
vez histórico, para dejar a salvo mi responsabilidad en mi actuar
en las horas previas. Efectivamente el gran escritorio no estaba totalmente despejado.
Había adornos, alguna fotografía familiar y útiles de escritorio, que podían
parecer finos. Además estaba el estante lateral que no habíamos abierto y los
cajones del gran escritorio que no habíamos ni siquiera revisado.
Creí necesario llamar a los dos presidentes de los
sindicatos, el obrero y el industrial y
les solicité que estuviera presente la compañera portadora del libro de órdenes,
quien ya estaba bastante ocupada.
Les pedí que abriéramos los cajones y el estante. Las llaves aparecieron en manos
de un portero que hacía de mayordomo del Sr. Amador Yarur. Tal como esperábamos
del estante aparecieron varias botellas de licores importados, vasos, una
hielera y elementos para preparar cócteles.
De los cajones salieron algunos libros personales,
fotografías y alguna carta manuscrita. No
había libretos de cheques, ni dinero, ni joyas de ninguna especie.
Pusimos todo sobre la mesa y procedimos a hacer
un inventario. Todo lo que podía considerarse efectos personales, incluidos los
licores, fueron devueltos al estante que se volvió a cerrar con llave. En el
libro de órdenes escribí:
“Se ha hecho un inventario de todo los efectos
del Sr Yarur encontrados en su oficina. Se han depositado en el estante con
llave de su oficina en el cual se ha incluido
el inventario firmado por este interventor y por los presidentes de ambos
sindicatos. Nadie puede disponer de esos objetos mientras dure la intervención
de esta empresa.” Firmé debajo de esa orden y
creo que se cumplió rigurosamente.
A eso de las 19 hrs. se decidió que debía darse por terminada la jornada
laboral y que sólo quedaría durante la noche la gente de vigilancia y el equipo
de mantenimiento que debía preocuparse que todo estuviera a punto para la mañana
siguiente.
Me despedí de la gente cercana a la oficina y salí caminando por el
portón de entrada de camiones, donde vi
que todavía estaba de pie la compañera encargada del control de la salida de mercadería.
La saludé y me dijo que durante la noche iba a reemplazarla alguien de confianza.
Antes de irme a mi casa, decidí pasar por el
departamento de Pedro Holz para darle el
pésame e informarle de lo que se había hecho. Lo encontré arreglando los libros
y cosas personales de su padre que vivía
muy cerca de él, creo en el mismo edificio.
A la mañana siguiente llegué a la fábrica a las
7,30 para ver si todo estaba a punto de la puesta en marcha,
ahora con la planta completa incluyendo hilandería y tintorería. Al entrar
me encontré con una situación diferente.
En la entrada no estaban los trabajadores del día anterior sino una cola de
“clientes” que venían a comprar mercadería. Como no me conocían ni de vista,
entré a la oficina pasé a ver al compañero Sánchez, que estaba a cargo de comercialización.
Conversamos brevemente, pues efectivamente
había que empezar a vender ya que el pretexto para la requisición era
“desabastecimiento”.
Nos pusimos de acuerdo para hacer un listado de
lo que los compradores solicitaban
adquirir y pedirles que tuvieran
paciencia pues había que hacer un inventario de la existencia en bodega y de las órdenes de fabricación que estaban pendientes.
Se empezó entonces a hacer un listado con nombre en la fila a la entrada de los
que pedían comprar y entré a mi oficina. Hasta ese momento no
había habido ningún contacto con las autoridades del Ministerio de Economía, ni
yo me había preocupado por informarlos. Supuse que mi jefe Chávez se encargaría
de eso.
Al entrar a la oficina me estaba esperando una persona de mediana
edad a quien Sánchez había permitido llegar y entrar. Lo saludé y le pregunté quién era. Me
dio su nombre y apellido. Se presentó como un comprador habitual de Yarur, y
simpatizante del gobierno y me agregó textualmente:
“Yo no quiero que a Uds. los engañen. Todos los
compradores de mercaderías en Yarur éramos facturados al precio oficial, pero
teníamos que pasar a la oficina de don Amador para entregarle una cantidad
igual en billetes. Sin eso, no le ponía un visto bueno a la guía de salida. Afuera
de la fábrica los productos se venden al doble, así que si Uds. los entregan al
precio oficial estarán regalándoles a los intermediarios los productos, algunos
de primera necesidad como los tocuyos para sábanas que son los más solicitados.
Sin vacilar le dije: ¿-Trajo el dinero en
efectivo para su compra? –
Me dijo que sí.
Bueno entréguele ese dinero al compañero
Sánchez el que le va a facturar al precio oficial y le pondrá el visto
bueno a la guía de salida. Y le dije a
Sánchez:
Avísale a los de la cola que todo sigue igual como
era con la vieja administración.
Y le agregué:- Abre un libro de caja especial,
al cual irás anotando los ingresos por
dinero de cooperación con la fábrica.-Cuando podamos abriremos una
cuenta bancaria aparte e iremos ingresando lo recaudado.-
No me preocupé más por esa diferencia de precio
y supongo que la mayor parte de los clientes
siguieron pagando el dinero negro de don Amador.
Tal vez cuando los interventores definitivos se
hicieron cargo consiguieron igualar el precio
oficial con el de mercado, pero tal vez no lo hicieron de inmediato y se
acumuló el dinero en “cuenta de cooperación” durante algunas semanas o meses.
Ese día Viernes se pagaron las remuneraciones
sin dificultad, pues el Ministerio de Economía
logró que el Banco del Estado
autorizara un crédito por un par de días hasta normalizar las cuentas
corrientes oficiales.
Los compañeros de remuneraciones fueron en una
camioneta de la empresa a buscar el dinero, y al regresar me pasaron a avisar
que todo estaba conforme. A las 18 hrs. me retiré a mi casa y le conté a mi
esposa gran parte de lo ocurrido.
Aunque mi misión estaba concluida me hice el
compromiso de volver el sábado temprano a dar una vuelta. Lo hice y encontré la
fábrica sin los ruidos de las máquinas pero con un piquete de vigilancia en la entrada principal y en el
portón de vehículos.
Seguí viaje a la gran bodega de Cerrillos y con el coche recorrí su contorno.
Noté que estaba también vigilada.
El lunes volví a trabajar en CORFO e hice un
informe verbal al Gerente de Industrias.
Regresé a los temas “metalúrgicos” a los cuales
me dediqué durante los dos años siguientes. Consideré que la misión se había cumplido y no volví más a la planta Yarur,
ni antes ni después del Golpe.
Los problemas y acontecimientos en el sector
metalmecánica y siderúrgico eran de tal magnitud que no quedaba tiempo
para comentar lo de los otros sectores. A
veces apenas conseguíamos encontrarnos y saludarnos en los pasillos de CORFO
con Pedro y Andrés que eran los encargados del sector textil.
Hasta aquí
lo sucedido en las primeras 48 horas tan decisivas. Sólo deseo agregar
que cada vez que me encuentro con alguien que trabajó en Yarur en esos días me
reconoce y me saluda con afecto, a pesar de los años transcurridos.
Nota del
autor: El original de este relato lo escribí el 27 de Febrero del 2009.-
El texto
actual lo revisé especialmente y eliminé otros detalles que perdieron
actualidad.
EBR