Jaime Suárez Bastidas
1992
Tati tenía un estacionamiento de ternura en los ojos. Una sonrisa
transparente le iluminaba, como un chispazo alegre, su expresión habitualmente
severa.
Analista fría, fogueada en la actividad partidaria de la vida
universitaria de Concepción, había adquirido particular consistencia estudiando
–con rigor- materialismo dialéctico. Intelectual, aparentemente tímida, tenía
fortaleza y decisión. De carácter, autocrítica y exigente, sabía se afable,
vigorosa en los razonamientos y obstinada en los propósitos y en los afectos.
Una empatía extraordinaria relacionaba a Tati con su padre. De la
adolescente que admiraba a ese hombre cálido y bromista en la intimidad, a ese
papá que sin dudas, la privilegiaba entre sus hijas. Tati va asumiendo, en su
proceso de ideologización una ambivalencia de cariño profundo y crítica
resuelta. En un respeto, sin discusión, al político que era el “Chicho”,
afectada por la Revolución Cubana, se sentía atrapada por la duda de que
Salvador Allende llegara a ser un revolucionario pleno. ¿Por qué? Porque
cuestionaba los procedimientos políticos que se expresaban en un electoralismo
inútil, estéril
Tati es una figura representativa de esa década del sesenta. Expresaba
su realismo en la búsqueda de lo imposible. Su modestia la hace aparecer
siempre en una forma de actividad silenciosa, discreta, ajena a la figuración,
contraria a todo exhibicionismo. De manera eficiente entrega su aporte sin
medida a los movimientos revolucionarios de América Latina.
El 22 de enero la UP proclama candidato a Salvador Allende. Tati le
deja esa noche, en el velador, una carta plena de cariño pero de un definido
tono crítico. En ella le fundamenta su gran escepticismo respecto a la vía
chilena al socialismo y sin dudar de la consecuencia de su padre, reitera su
convencimiento de que la construcción de la sociedad socialista en Chile,
necesariamente va a requerir de la lucha armada. Tati está más próxima la interpretación
que los revolucionarios cubanos hacían de la situación chilena: el diagnóstico
formulado por la UP estaba errado, era inviable un proyecto político de
construcción del socialismo por la vía pacífica.
Esa convicción de Tati no la abandonó jamás. Sin embargo, ello no
afectó la entrega absoluta a los trabajos del gobierno al lado del presidente.
De diferentes escenas vividas, en diferentes tiempos, recupero algunos
momentos o rasgos de Tati.
Debí viajar a Cuba. Allende inmediatamente proclamado candidato por la
UP, fue invitado a la isla porque querían conocer, de él mismo, lo que
significaba su candidatura. Como los trabajos iniciales de la campaña no le
permitían hacerlo le propuso a Aniceto que fuese yo, Con mi nombre, evitaba
susceptibilidades partidarias por ser yo, en ese instante, subsecretario del
partido y a él le era posible integrar con José Tohá el resto de la delegación.
Tati me “preparó” para el viaje. Era mi primera tarea política
internacional de tan alto nivel. Ella, con seguridad y paciencia, me enseño
innumerables aspectos de la vida política cubana. Por otra parte, en esa
misión, aprendí a admirar la calidad humana de Tohá, porque en la gira, pese a
su mayor experiencia y a ser un político mucho más avezado, nunca dejó de atribuirme
una jefatura formal y de cuidar, particularmente, que ese aspecto fuese
percibido así. No había territorio para pequeñeces en el alma de Tohá.
Más adelante, cuando hacía muy poco tiempo que estábamos en el
gobierno, debí recurrir a Tati. Mientras Allende se encontraba en altamar,
invitado por la Armada para presenciar unos ejercicios, se produjo un
lamentable incidente entre jóvenes comunistas y miristas en Concepción. El
episodio del enfrentamiento significó la muerte de Arnaldo Ríos y la generación
de un clima que presagiaba poco menos que una posible batalla campal entre
ambos sectores, ubicados en sus respectivas sedes.
En esas circunstancias, la única forma de comunicarme con Miguel
Enríquez para cumplir las instrucciones de Allende –conforme una tensa
entrevista radial que sostuvimos, él desde un crucero y yo en la sala de radio
de Quinta Normal- fue solicitarle a Tati su colaboración. Esa noche nos
reunimos en casa de un amigo mío, Enríquez, Jorge Inzunza, Tati y yo. Fue una
reunión dramática. Tati otorgó a tan difícil sesión una sensación de control,
de vigor, que ayudó a que arribara la madrugada y saliera luz en un debate que
impidió que la sangre llegara al río.
La última entrevista que tuve con Tati fue en el exilio. Vivíamos en
Moscú cuando ella pasó por allá con destino a una actividad internacional.
Gentilmente declinó alojarse en el hotel soviético y optó por irse a nuestro
departamento. La escuchamos con mi mujer horas, empequeñecidas por su
testimonio apasionante de lo que sucedió en Chile, en Cuba, donde ella vivía y
en cada rincón donde en ese momento había chilenos luchando por la democracia.
Tati narraba con extraordinaria pasión. Noticias, eventos, expresiones
de apoyo, entrevistas con personeros de gobiernos, artistas, científicos, en
fin, entregaba una viva relación de todo lo que estaba ocurriendo en el mundo
respecto a Chile. No se le escapaban nombres, siglas, fechas, su vida estaba
absoluta y obsesivamente dedicada a Chile. Y sin indulgencias para disculpar a
los frívolos o los que iban perdiendo su compromiso con el pueblo chileno. El
hecho solidario y hermoso, el gesto amable de recuerdo al “Chicho” ocurrido en
Finlandia o en Venezuela, en cualquier punto, la hacía sonreír en una forma
plácida y de esperanzada actitud. Sin embargo, la tristeza dominaba su
semblante, parecía que no la abandonó jamás la insatisfacción de tener que
obedecer a Salvador la orden de retirarse de La Moneda.
Reiterativa en sus afirmaciones unitarias, no veía otro camino de
recuperación de la democracia en Chile que no fuera fortalecer la unidad: Las
querellas y dificultades de sus fuerzas opositoras a Pinochet la enardecían.
Estaban Tencha e Isabel en Moscú cuando supimos la noticia. Tati había
muerto en su amada Cuba.
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